El proyecto, además de sostenible, le apunta a la economía colaborativa.
En cercanías de Silvania, una comunidad apostó a los negocios verdes y al trueque comercial.
La quebrada la Victoria tiene el sonido de un aguacero interminable. La cascada suena siempre con la misma música de agua que susurra secretos a las rocas. Desde los árboles que la circundan, los cantos de los pájaros saludan a los visitantes y complementan el concierto de la naturaleza que tiene como escenario la Quinta Saroco, ubicada en zona rural de Silvania, Cundinamarca, a 50 kilómetros de Bogotá.
Más que una finca ecosostenible, el lugar es un modelo de vida donde la regla de oro es “producir conservando y conservar produciendo”. Así lo enseña Edwin Muñoz, el líder del proyecto, que en 2018 recibió el premio internacional Latinoamérica Verde en la categoría de producción y consumo responsable.
El anfitrión camina por el bosque escuela, como él lo llama, hacia el sistema de tratamiento de aguas residuales. El sendero está enmarcado por árboles que exhalan su perfume. Desde todos los rincones se advierte el rumor de la fauna que vuela, repta o trepa en medio de este ecosistema de bosque andino. Colibríes, cucaracheros, ardillas, chuchas, borugos, búhos y grillos, en una sinfonía de silbidos, cantos y gorjeos; pulsaciones propias de esta estancia en la que Edwin inició su proyecto ambiental hace cinco años para transformar su vida y la de los vecinos de la vereda Victoria.
“Aquí podemos ver cómo tratamos sin químicos las aguas negras y grises, y las recirculamos. Tenemos plantas como el bijao, los balsos o el platanillo, filtros naturales que capturan los metales pesados. Los residuos finales tampoco se pierden ni van al río porque se vuelven abono”, dice Muñoz, ingeniero industrial con énfasis en temas ambientales, mientras confirma que en el estanque hay pulgas de agua, un indicador biológico natural que muestra la eficiencia del proceso de recirculación y descontaminación con especies de flora.
Edwin Muñoz y Andrea Reyes.
Foto: Juliana Campos López. CAR
La siguiente parada es en los 18 nacederos que recorren la finca de 57 fanegadas de extensión. Camino a los pozos, el olor vegetal es intenso y los visitantes se detienen para contemplar el vuelo de una mariposa azul que hace piruetas y danza sobre una ráfaga de viento procedente de la parte alta de la montaña.
“Esa es la mariposa morfoazul. Aquí, en la finca, las grabaron para el famoso documental Colombia salvaje”, comenta Edwin, orgulloso por los ejemplares de fauna que son el emblema de este territorio biodiverso.
Una de las tareas diarias de este ingeniero industrial es explicarles a estudiantes de las escuelas locales y a los visitantes los detalles para lograr una buena siembra y las claves para proteger las fuentes de agua. En los últimos cinco años ha sembrado 100.000 ejemplares de robles, yarumos, cerros blancos, bambuzales y cajetos que ayudan en la captura de CO2 y recuperación de bosque nativo.
Andrea Reyes, esposa de Edwin, se une al recorrido. El mayor orgullo de la pareja es Victoria Arco Iris, la niña que llegó hace 13 meses para hacer completa le felicidad de este bogotano emprendedor que, gracias al apoyo de su compañera, superó un cáncer terminal.
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El episodio, que recuerdan con tristeza, sucedió hace seis años. Él las contempla en silencio y refiere una anécdota que resume la vocación de la familia por el respeto a la naturaleza: “Andrea ha sido como una mamá para los animalitos porque como está lactando, cuando se requiere, guardamos leche materna y les damos a las zarigüeyas y a los perezosos, incluso a un tigrillo. Estos animalitos llegan heridos o enfermos a la finca, y logramos salvar muchos ejemplares que luego se llevan al centro de recuperación que tiene la CAR Cundinamarca en Tocaima”.
Es mediodía, el tiempo pasa rápidamente en esta experiencia de aprendizaje por medio de los sentidos y bajo la batuta de un guía convencido de que la mejor manera de cuidar el futuro es compartir los métodos aplicados en la finca y respaldados por entidades como la Global GAP, firma certificadora internacional que valida los procesos ambientalmente sostenibles.
Los esquemas de la quinta han despertado el interés y acompañamiento de entidades como el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, la CAR Cundinamarca y universidades como la Nacional, la de Cundinamarca y la Icsef de Fusagasugá.
Algunos de los productos que se dan en esta finca.
Foto: Juliana Campos López. CAR
La filosofía de vida de que se comparte con vecinos y visitantes de la finca se enfoca en practicar los conocimientos de agroecología, bioturismo cultural, ecodiseño y cocreación para la protección eco sistémica de la región del Sumapaz.
Para Andrea, comunicadora social y cofundadora del emprendimiento, las principales líneas de acción son la generación de energías limpias, los sistemas capturadores de CO2 y la implementación de tratamientos sistémicos del agua.
Otras alternativas que hacen de esta aula al aire libre un proyecto único son la huerta de aromáticas y pancoger, los cultivos ancestrales, la compostera, la lombricultura, los pozos acuapónicos, los modelos restaurativos del suelo, así como los productos alimenticios ecológicos.
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La visita llega al lugar donde se generan los productos sostenibles que les permiten ser parte de los Mercados Verdes, un programa de la CAR Cundinamarca, entidad que los acompañó desde el primer año en el proyecto.
Efluvios de almendra, de licores y pulpas dulces emergen desde las estaciones de procesamiento sin químicos y bajo métodos tradicionales de siembra, manejo de semillas y destilación. Allí se producen mermeladas, aperitivos frutales, cafés especiales, miel de abejas, siropes y aromáticas; cosméticos como pomadas, geles, barras labiales y oleatos y tinturas, champús, jabones y lociones de marihuana.
El concepto de agroecología se abre paso en una región donde la agricultura con uso de productos químicos acabó con 14 ecosistemas, según el diagnóstico que adelantó el equipo interdisciplinario que lidera Edwin.
El proyecto, además de sostenible, le apunta a la economía colaborativa, que vincula a 17 mujeres rurales y 37 unidades productivas de 4 veredas. “Cuando empezamos, encontramos que al campesino le compraban la libra de mora a $ 200 y ese producto se vendía en Bogotá a $ 1.200, entonces nos organizamos y bajo nuestro modelo sostenible todos producimos, y acá nosotros vendemos. Así conseguimos cuadruplicar el precio y repartimos las ganancias con un criterio de economía colaborativa”.
Durante la pandemia, y sin posibilidad de vender, retomaron la práctica ancestral del trueque como fórmula que les permitió trabajar durante nueve meses bajo los principios de la economía circular local, por lo que cuenta con el respaldo del Consejo Consultivo de Mujeres Rurales y el Sello de Garantía de Economía Participativa.
La jornada concluye de regreso a la casa colonial de la finca, que, decorada con elementos reciclados. Edwin contempla por un momento la pared donde se exhiben los premios internacionales, como el galardón de premios ambientales ecuatoriales.
Al fondo, el cielo se cubre con una membrana acuosa, la niebla cae y cubre los árboles de chilco, nogal, yarumo negro, sietecueros, palma boba, aliso y roble, un bosque donde las zarigüeyas muerden los frutos maduros y algún perezoso se entrega a la siesta de la tarde. ¡Una completa Victoria ecosostenible!
JORGE ERIC PALACINO ZAMORA*
PARA EL TIEMPO
* PERIODISTA DE LA CAR CUNDINAMARCA